La Ley Trans aprobada recientemente en nuestro país ha puesto sobre la mesa un debate latente del que no podemos sustraernos como psicoanalistas: la diversidad sexual. El psicoanálisis desde sus inicios, supo situar los impasses que la sexualidad - la sexualidad propia- supone para todo ser hablante. El ser hablante es también un ser sexuado y hacernos con la sexualidad que nos habita, no es nada natural: a falta de un programa instintual que comandaría cuando y con quien aparearnos, como sí ocurre en el mundo animal; los seres hablantes portamos un programa de goce, único y singular para cada uno. Ningún sujeto goza como otro.
Lo que comanda el goce del ser hablante es la pulsión, que como tal, no tiene un objeto determinado con el que satisfacerse, excepto la satisfacción misma. La pulsión busca satisfacerse: en ocasiones en la genitalidad, pero no sólo en ella. El órgano sexual con el que se ha nacido desde luego es un determinante pero no es más que un determinante biológico, que excede por completo a ese órgano que se porta, sea femenino o masculino. De hecho, se puede ser mujer en posición masculina, u hombre en posición femenina, u homosexual en posición activa o pasiva. Las variaciones en cuanto al modo de gozar no vienen determinadas por lo real del cuerpo sino por las marcas o huellas de goce imborrables, producidas en etapas muy precoces en la vida de un sujeto. De allí que haya quien para satisfacerse necesite un objeto fetiche o un escenario voyeur donde la mirada se satisfaga, por ejemplo.
Esas inscripciones o marcas de goce no cuentan con el auxilio del saber sobre el goce sexual, en el momento en el que ocurren, pero configuran ya una vivencia inicial respecto a la posición sexuada, la de situarse como niña o varón, a través de identificaciones. Más tarde, en la adolescencia, esa posición sexuada es puesta a prueba desde otros dos frentes: por un lado, el empuje hormonal que en algunas ocasiones desbarata la identidad que se creía conseguida, y por otro, con la elección o no, de un partenaire al que dirigirse.
De esta implacable lógica de la “sexuación”, tal como Jacques Lacan ha formalizado, ningún ser hablante puede sustraerse, lo sepa o no.
Lo que ha cambiado es la época, la nuestra, que ya no se rige por los paradigmas tradicionales que determinaban que eran un hombre y una mujer. El orden simbólico que regulaba férreamente el orden social, cultural y también sexual, establecía desde un lugar masculino ciertos ideales que dirimían lo que podía ser o debía reprimirse. Con la caída de esos ideales paternos, queda al descubierto esa discordia del ser hablante, entre la propia vivencia de sus posición sexuada y sus avatares, y es lo que nuestra época desnuda y hace denuncia, como nunca antes había ocurrido. Ahora, el binomio, hombre-mujer, se ha pluralizado en numerosas categorías.
De pronto, ese “cada uno goza como goza”, se ha convertido en un reclamo de autodeterminismo, bajo las distintas formas que recubren los significantes Queer, o LGTB+. El “cada uno goza según se autodetermine”, conlleva en su proclama cierta aspiración de normativización.
Pero esa exigencia de autodeterminación soslaya una negación: cada uno goza como goza, si; pero sin que la voluntad lo determine. No somos libres de gozar de cualquier manera -aunque podamos nombrarnos de distintos modos- porque el goce de cada uno no depende de la realidad cultural sino de las fijaciones de goce, inconscientes, que habitan a cada sujeto. Estas cuestiones y otras más sutiles, abordaremos en este nuevo Ciclo de Conferencias. Invitamos a tres psicoanalistas a pensar y conversar con quienes estén interesados, en un espacio abierto a la ciudad, sobre lo que el psicoanálisis tiene para decir sobre esta particularidad de nuestra época, donde lo “diverso sexualmente”, toma la delantera.